La Universidad de Amsterdam ha estudiado a fondo la pegajosa fórmula de las canciones más pegadizas de la historia, ese arma de destrucción masiva capaz de arruinarnos un fin de semana, un verano y, según y cómo, nuestra completa existencia hasta que se nos pasen las ganas de escucharla y odiarnos en el proceso.
John Ashley Burgoyne es el investigador responsable de un estudio científico que ha salido publicado hasta en la revista TIME. ¿Su procedimiento? Crear una web interactiva, llamada Hooked on Music, en la que han participado hasta 18.000 conejillos de indias auditivos. Los pobrecitos voluntarios entraban, escuchaban una archiconocida canción y se cronometraba cuánto tardaban en reconocerla. Estos fue el resultado del top five de las canciones que menos segundos tardaron en ser reconocidas.
En los noventa, el mundo se divide entre los que eran capaces de diferenciar a Mel B de Mel C y los demás. A unos y a otros nos unía nuestra
capacidad para reconocer este tema de Rowe y Biff Stannard, dos colaboradores de Jimmy Somerville del dúo británico The Communards, que inspiraron el You are the one that I want, de Olivia Newton-John y John Travolta en Grease. Wannabe se escribió en 30 minutos: cuenta la leyenda que las chicas picantes fueron las autoras de la letra. La pija de Victoria, cuando entonces todavía no
era la imparable señora de Beckham, contribuyó por teléfono.
Única presencia de ritmos latinos en las primeras cinco. En 1999 no quisimos oír las trompetas del Apocalipsis: nuestro talento explotado por los
alemanes. Porque aunque Mambo Nº 5 era una versión de una canción del
que podemos afirmar, sin segundas intenciones, que era El Rey del Mambo –el cubano Dámaso Pérez Prado–, su nuevo intérprete, Lou Bega, es alemán. Este éxito saltó del país teutón a Ibiza,
Benidorm y de ahí al resto de la costa española, dejando un reguero de “Angela, Pamela, Sandra, Rita, Monica, Erika, Tina, Mary, and
Jessica!!”.
La cosa fue así: en 1982, Sylvester Stallone telefoneó a Queen para pedirles los derechos de su canción Another one bites the dust para usarla como tema central en su película Rocky III. Sea por sus problemas de vocalización o por el motivo que fuera, la respuesta fue negativa.
Stallone demostró que no solo le apodaban el Semental Italiano por sus
atributos físicos, sino también por su capacidad de seducir a una banda de rock como Survivor.
Quien quiera dudar que este estudio se basa en algo menos que aplastante objetividad puede aferrarse a este caso. ¿Cómo pueden hacernos creer
que Just dance es más reconocible que su Ale-Ale-Ale-Jandro? Dice la estrafalaria cantante que la compuso “con una resaca terrible. Lo acababa
de dejar con mi novio y
todavía no lo había superado”. Nos da que los teclados de Akon hicieron bastante más que su verso libre para popularizarla. Y el videojuego homónimo,
Los Fab Four de Estocolmo tenían difícil superarse tras su épico Waterloo, pero a fe que lo consiguieron. Sin las lentejuelas ni las plataformas de sus anteriores éxitos, en SOS ya empezamos a temer que lo de aquellos muchachos tan sanotes y sus señoras iba a acabar como el rosario de la aurora. El sintetizador Minimoog le da un tono lastimero a sus desesperados gritos de auxilio.
¿Y qué hay de nuestro La la la, de Massiel, de La barbacoa, de Georgie Dann, del Toa, toa, toa de Jesulín? No están en la lista quizá víctimas de la homogenia angloparlante de la canción internacional. De todas maneras, tampoco es tan grave. Hace tres años Alisun Pawley y Daniel Mullensiefen hicieron otro estudio caza temazos. Sus resultados se parecen a los que acaba de presentar Burgoyne como la Tercera Sinfonía de Beethoven al Opá, yo voy ase un corra, del Koala. En aquella ocasión, las más conocidas fueron We Are The Champions, de Queen, el Y.M.C.A. de los Village People, Fat Lip de Sum 41, The Final Countdown de Europe, y Monster de The Automatic. Cuando se dice que nadie entiende cómo funcionan las canciones pegadizas, no se miente.
Via: elpais.es
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