A Madonna no le acompaña la suerte con 'Rebel heart', el álbum de estudio número 13 de su discografía, después de haber sufrido esta madrugada, a un mes y medio de su publicación, una nueva filtración a través de internet de los 25 temas que componen su edición 'super deluxe'.
Son varios los portales hoy ofrecen la posibilidad de escuchar el nuevo material que la artista estadounidense tenía programado publicar en diversos formatos el próximo 10 de marzo, como continuación del previo 'MDNA' (2012).
Madonna ya se vio obligada a grabar y masterizar a toda prisa las versiones definitivas de seis 'demos' de 'Rebel heart' que trascendieron a internet sin su permiso el pasado mes de diciembre: 'Living for love', 'Devil pray', 'Ghosttown', 'Unapologetic Bitch', 'Illuminati' y 'Bitch I'm Madonna', esta última grabada con la cantante caribeña Nicki Minaj.
Un mes después la Policía israelí detuvo a un supuesto 'pirata' informático como responsable de este hecho, actuación que agradeció públicamente la llamada 'ambición rubia'.
"La invasión de mi vida, creativamente, profesionalmente y personalmente, sigue siendo una experiencia profundamente dañina y devastadora, como debe serlo igualmente para todos los artistas que son víctimas de este tipo de delitos", comentó en su perfil de una red social; incluso llegó a comparar aquel ataque informático con el “terrorismo”.
No penséis en un montaje publicitario. Poner ahora en circulación un disco previsto para el 10 de marzo supone dinamitar un complejo plan de marketing, que dosifica el estreno de determinadas piezas, las apariciones en TV, las entrevistas y portadas, aparte de los acuerdos con tiendas físicas o de Internet. Un despliegue de estrategia y logística que se estrella ya que, seguramente, se verán obligados a acortar plazos. Esa fue la decisión tomada por Björk en enero, al filtrarse lo que iba a ser su nueva obra, Vulnicura, prevista para marzo, cuando coincidiría con su retrospectiva en el MOMA neoyorquino y la salida del libro Björk: Archives.
Esos sobresaltos son el pan de cada día en la industria musical (y, en menor escala, en la cinematográfica). Nos enteramos cuando las víctimas son superestrellas pero los demás artistas también acusan el impacto de esos torpedos. En el caso de Madonna, puede que haya un elemento de venganza: ella ha combatido vigorosamente la piratería, incluso subiendo como canciones suyas unos archivos que contenían insultos para quien se los descargaba; subió el listón cuando acusó de “terrorismo” al responsable de las filtraciones de diciembre.
Habitualmente se solía culpar a periodistas y radiofonistas, que tienen acceso previo a discos importantes, mediante servicios de streaming o en copias físicas. Sin embargo, esos adelantos llevan marcas de agua que, supuestamente, identifican al responsable de cualquier uso indebido. En realidad, las novedades se escapan antes de llegar a los medios.
El proceso de elaboración del pop actual es más multitudinario de lo que creemos, lejos del mito del creador solitario. Una canción de éxito puede requerir los esfuerzos de numerosos autores y productores. Estos, más sus técnicos de grabación y los responsables de masterización o remezclas, disponen de temas acabados o discos enteros antes incluso de que se entreguen a la independiente o multinacional que los pondrá en el mercado.
Se han tapado escándalos embarazosos: se supo que el hijo de un directivo de Warner Music era el agujero por el que se difundían numerosos discos inéditos. Más frecuente, se trata de empleados anónimos: el becario que quiere resarcirse de verse obligado a labores humillantes o el melómano que alardea de proximidad a los grandes nombres.
Una vez que el master va a fábrica o a las plataformas digitales, olvídenlo: se multiplican las posibilidades de fuga. Los sistemas actuales de distribución priorizan unos puntos de venta sobre otros, con temas exclusivos y adelantos en fechas. Hay una ventana en la que esos lanzamientos son muy apetecibles. Y las motivaciones varían: desde el fundamentalista de la-música-debe-ser-gratis al aprovechado que exige dinero a servicios de enlaces que desean aumentar su tráfico. Se han detectado igualmente ocurrencias patológicas: raperos que pretendían sabotear los esfuerzos de un colega o artistas de la segunda división que ansiaban generar alboroto mediático. Otra cuestión es si el daño es tan grave. En Estados Unidos, prácticamente toda novedad apetitosa llega clandestinamente a la red días o semanas antes de su fecha de salida oficial; hay empresas como Track It Down o Audiolock que monitorizan el ciberespacio y, mediante amenazas legales, intentan que desaparezca el material candente. Enfrentada al hecho consumado, Björk puso a la venta Vulnicura en iTunes Store y adelantó temas a Spotify. Dado que el disco trata un asunto sensible —su separación del padre de su hija— decidió que lo mejor era revelar sus sentimientos lo antes posible.
Pocos artistas controlan tanto su entorno como para mantener en secreto el hecho mismo de que están trabajando en música fresca. Lo logró David Bowie con The next day, gracias a la fidelidad de sus músicos y técnicos (reforzada por contratos de confidencialidad). Unos meses después, imitó la jugada Beyoncé, con su quinto álbum en solitario.
Para el resto, queda establecer protocolos de seguridad derivados del modus operandi de los servicios de inteligencia. En 2011, el marido de Beyoncé, Jay-Z, grabó con Kanye West: se citaban con sus equipos creativos en hoteles y estudios de diferentes países; las grabaciones quedaban a cargo de dos o tres ingenieros de su confianza. El disco resultante, Watch the throne, fue directamente a iTunes antes de llegar a las fábricas de CD y vinilos. Les funcionó pero aseguran que no quieren repetir tan paranoica experiencia.
Via: elmundo.es
elpais.com
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